El Cho Oyu es una montaña cargada de magnetismo. Su altura la coloca en sexto lugar entre las montañas más altas del mundo, pero para mi, su atracción iba más allá de su altura o su dificultad. En 1.997 había intentado escalarla. Aquella vez, tuve que retirarme a 7.800 metros durante el intento a cima por culpa de una congelaciones en los pies. En el año 2004, volví a intentarlo. Esta vez, la cosa fue peor y “solo” alcancé los 7.000 metros. Supongo que, en parte por convertirse en una cuestión personal, en parte porque no me planteaba realizar la escalada acompañado en un principio, esta vez marché solo a Nepal. El campo base se instaló al pié de la vertiente Sudoeste el día 8 de septiembre. A pesar de ser más frío, el otoño ofrece más posibilidades para alcanzar la cima. Las nieves del periodo monzónico ocultan las principales dificultades técnicas de la ruta. A cambio los feroces vientos del principio del invierno, convierten esta estación en la más peligrosa en lo referente a congelaciones.
A las 14.00 alcanzaba el final del interminable plateau cimero y veía la silueta del Everest. A la tercera, fue la vencida. El descenso, con el frío y el cansancio, se convirtió en una cuestión de supervivencia. La niebla nos impedía encontrar las tiendas del campo 2, a las que llegamos a las 8 de la tarde, tras 20 horas de actividad. Unos días más tarde, regresaba a Katmandú para poner en marcha los trámites de regreso que esta vez, en lugar de llevarme a casa, acabarían con unos días ingresado en un hospital para tratarme las congelaciones severas con las que descendí de la cima.
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